El semblante de la muerte
- Miguel Zapata-Ros
- 13 ago 2020
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 7 jun 2022
En la Semana Santa de 2019 visité Bonilla de la Sierra, en Ávila. Durante el confinamiento de 2020 escribí este relato de 472 palabras.

María vivía en Villalba, Madrid. Era profesora de Secundaria jubilada. Esa mañana de abril había ido a Mercadona a hacer la compra.
Al salir descargó el carrito en el maletero y fue a ponerlo con los otros. A la vuelta encontró a Gone, de pie junto al coche. Iba vestido con su traje gris y su camisa blanca. Era un hombre de belleza fría. De aspecto enjuto y anguloso. Con el pelo gris esculpido pulcramente con máquina. Su aspecto y sus ojos le eran familiares. María había sobrevivido a dos cánceres. Ahora los análisis le daban regularmente bien. Los ojos acerados de él, en aquellas ocasiones le helaron la sangre, su media sonrisa sardónica y paciente le inquietó. Sin embargo, entonces, algo le decía que no era un asunto definitivo. Ahora no. Las cejas y el rictus de la boca le hicieron ver que se trataba de algo inminente e irreversible. La ida.
María no perdió el tiempo. Llamó a Ana, su médico y amiga. Quedó para después de comer. Mientras tanto preparó las cosas necesarias para ese mismo día y, con la compra en el maletero, se preparó para partir a Bonilla de la Sierra, donde disponía de una casita que había heredado. En Madrid las cifras de infectados graves y fallecidos habían rebasado las previsiones sanitarias. Los hospitales y los tanatorios estaban colapsados.
Comió un bocadillo y fue a ver a Ana.
- Me he encontrado a Gone. Ahora es seguro, y es por la pandemia.
- Pero ¿cómo la sabes? - Fue lo único que se le ocurrió decir a su amiga.
- Por su gesto. El rictus de su boca y la expresión de sus cejas no podían decir otra cosa. Me voy a Bonilla. Allí es imposible que llegue el virus. No va nadie.
Nada más salir, Ana llamó a Gone. Lo conocía bien. Frecuentemente se encontraba con él, en el hospital e incluso en el centro de salud.
- Tenemos que hablar, estoy preocupada por mi amiga.
- Vale, a las siete estoy allí.
Puntual, como sólo él sabe hacerlo, llegó al despacho que Ana tenía en casa.
- ¿Por qué te querías llevar esta mañana a María? Me ha dicho que te ha visto y que tu gesto era inequívoco. Te la ibas a llevar y sabes que no estaba previsto.
- Te equivocas, mi expresión era de extrañeza. Me sorprendió verla allí aún, en Villalba. Cuando dentro de tres días tengo una cita con ella en Bonilla de La Sierra.
El resto es sabido. Muchas personas huyeron de Madrid a pueblos de Castilla. Llevaron con ellos el germen.
Tres días después María falleció en esa localidad del Valle del Corneja. Los servicios sanitarios de Ávila estaban colapsados y, viendo su estado y su edad, los médicos que la atendieron decidieron confinarla en su casa.
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