Llegada a Ilucro
- Miguel Zapata-Ros
- 27 mar 2021
- 1 Min. de lectura
Actualizado: 18 feb 2023

Tras diez días de travesía desde Ostia, el carguero romano llega a la bahía de Ilucro. Es la hora tertia, del 14 antediem de las calendas de marzo, año 817 ab urbe condita. Mientras recibe el permiso del prefecto, la nave permanece atracada frente al puerto. Es un día de sol resplandeciente, los primeros rayos hacen desentumecerse, a viajeros y marineros, de la humedad cogida en la noche. Al frente se observa la actividad frenética de carros cargados de aspilleras con lingotes, unos, y de ánforas con garum u otros derivados de pescado y salazones, otros. Van tirados por mulos, a los que los carreteros gritan y restallan los látigos. Las casas, con terrado de tierra láguena, de las familias trabajadoras y de los pescadores, se ven claramente, detrás de las lonjas, hasta recostarse en la ladera del monte que delimita la bahía por la izquierda.
Un sinnúmero de gabarras cruza el brazo de mar en un ir y venir incesante entre los embarcaderos de mineral de los yacimientos Aqueronte y Estigia, de sus fundiciones, y el puerto, a la sombra de la colina que cierra la ensenada por esa parte. Otras provienen de los alfares y nutren las factorías de salazones y garum cerca del barrio de los pescadores.
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